martes, 16 de febrero de 2016

Montaña y ecosistema alpino

A los más montañeros les gustará conocer la gran variedad de especies que abundan por los escenarios de sus duras travesías. En ocasiones cuando estamos en una marcha, pensando en nuestras cosas, meditando o simplemente conversando con nuestro compañero, no atendemos a lo que ocurre a nuestro alrededor. Nos encanta disfrutar de un ecosistema único una maravilla pero que está librando una batalla silenciosa, ¿quieres sumergirte con nosotros para averiguar cuál? Adelante.

Montaña y ecosistema alpino, motivo de este artículo.

¡Bienvenido de nuevo! Seguro que has sido capaz de notar en tus travesías, en las rutas que preparas por la montaña o las serranías algunos de los principales efectos de los cambios altitudinales y si no es así, atento que es sencillo. Seguro que lo primero que notamos al subir es la necesidad de ponernos algo más de abrigo, quizás unos guantes, un gorro o una bufanda. Algunos necesitamos pronto una cantimplora de agua para combatir la fatiga. 

A los 900 metros de altitud la temperatura media puede encontrarse entre 12 y 16º C, lo cual esta bastante bien para nosotros, un poco de fresco, pero soportable. Por esas alturas, más o menos encontramos todavía algunas poblaciones donde el protagonista del 2016 todavía mantiene efectivos intentando soportar estas temperaturas medias anuales. Nos referimos al gorrión común. Los recursos en los ecosistemas rurales todavía son abundantes. O bien en cultivos pequeños y barbechos o incluso de los desperdicios generados por los habitantes.

Macho de gorrión común (Passer domesticus) en un pueblo de la Sierra de Madrid.

Por encima de esta altitud y llegando hasta los 1.700 metros la temperatura baja considerablemente hasta los 8º C de media anual. El frío empieza a ser considerable y nos encontramos con los pisos de vegetación que mejor empiezan a soportar las bajas temperaturas. Robledales como este dejan los caminos llenos de color "otoño".

Robledal de melojo (Quercus pyrenaica) primeros pisos.

Algunos córvidos prefieren no ascender mucho en altitud y acuden a las pocas tierras de labor y pastizales para ganado que quedan, para sacan provecho allí de los recursos que encuentran. A especies como la corneja negra se las puede ver en estos pisos o incluso en algunos más bajos. Casi siempre en parejas o grupos pequeños generando la mayoría de las veces disputas y regañinas por pequeños pedazos de alimento.

Corneja negra (Corvus corone) una vez alcanzados los 1.700 metros de altitud.

Las partes más altas ya comienzan a estar ocupados por bosques de coníferas y pinares. Según ascendemos encontramos especies más resistentes al frío, Por lo tanto es posible encontrarse con un piso intermedio de reducidas extensiones antes del pinar, bosques de haya. Hasta aquí se puede encontrar fácilmente alimento, pues roble y haya ofrecen unos frutos accesibles a casi todas las aves. Sin embargo, el pinar genera un fruto cerrado casi herméticamente a las que solo las que posean un pico más potente podrán hincarle el diente.

Pinares de pino albar (Pinus sylvetris) en el siguiente piso bioclimático.

Entre los troncos de los pinos tres aves pelean de forma competitiva por hacerse con un manjar, una gran reserva de proteínas, las larvas de xilófagos. Estos son artrópodos que se alimentan de la madera y cuyas larvas también comparten esta peculiar dieta. La ventaja es que estas larvas son relativamente fáciles de encontrar para este trío de aves. Nos referimos al críptico agateador común, al potente y colorido pico picapinos y al agradable trepador azul. En cada tronco de cada pino de estos bosques peculiares se puede ver subir escalando de forma acrobática a uno, al otro o incluso al tercero, a cualquiera de los tres.

Agateador europeo (Certhia brachydactyla) pasando casi desapercibido.
Pico picapinos (Dendrocopos major) intentando abrir una piña.
Macho de pico picapinos (Dendrocopos major)
Además de en los bosque más altitudinales, también se encuentra en frondosas menos elevadas.
Pico picapinos (Dendrocopos major) los colores rojos, negros y blancos le dan cierta belleza.
Trepador azul (Sitta europea) tras inspeccionar el hueco de un pino.

Las grande rapaces como el buitre leonado también se puede observar cuando el bosque clarea y deja espacio para ver el cielo. Sin embargo si miramos al suelo podemos encontrarnos dos aves tremendamente comunes, el carbonero común y el mirlo común. Ambas han colonizado gran parte de los ecosistemas arbolados sino todos, incluyendo los parques y jardines urbanos. (Ver "Nuestros desconocidos vecinos alados"). Aquí intentan hacerse con lo que puedan, lombrices, otros invertebrados, frutos de majuelos y zarzas, etc.

Buitre leonado (Gyps fulvus) fácil de ver y diferenciar por su cola redondeada y sus colores pardos
Pareja de carboneros comunes (Parus major) llamativos colores para este suelo tan marrón.
Las acículas del pino no permiten que crezcan las semillas de otras plantas, por lo que son una despensa perfecta.
Pareja de mirlo común (Turdus merula) dos machos inspeccionando el terreno blando.
Aquí pueden encontrar lombrices u otros invertebrados.

Una de las cosas que más me gusta, si me lo permitís, es ver los inquietos bandos de mitos de aquí para allá y de esa rama a esa otra, meneando sus largas colas que bien podrían ser las de unos ratoncillos. Sus discretos sonidos no pasan inadvertidos para nuestras curiosas miradas. ¡Me encantan! Un rato después, cuando empiezan a aparecer las primeras paredes de roca sale otra ave de cola inquieta, el más común de los inquilinos del roquedo, el colirrojo tizón

Mito común (Aegithalos caudatus) uno de los integrantes de estos grupos tan dinámicos.
Macho de colirrojo tizón (Poenicurus ochruros) sobre las rocas graniticas.

Aparecen ya pasados los 1.700 los auténticos cazadores del pinar. ¿Quiénes se os ocurre que pueden ser? ¿Algún felino? ¿Una rapaz? Sencillamente un par de especies, el reyezuelo sencillo y el reyezuelo listado. ¿Cazadores? Pero si apenas superan los 5 gramos. Pues sí, son unos auténticos cazadores de mosquitos y arañas que son tan pequeños que casi son invisibles para nosotros. 

Reyezuelo sencillo (Regulus regulus) marcado píleo colorido.
Reyezuelo listado (Rgulus ignicapilla) su píleo también tiene estos colores.
Distinguible por la línea blanca que le recorre todo el ojo (brida).

Al alcanzar las primeras cumbres, el bosque casi desaparece, dejando a la vista el hábitat del grandioso buitre negro. Elegante plumaje y potente vuelo para una rapaz muy amenazada, entre otras a causa del indiscriminado uso de venenos que de forma ilegal y no selectiva acaba con depredadores de todo tipo y tamaño. 

Preciosa estampa del cicleo de tres buitres negros (Aegypius monachus).
Buitre negro (Aegypius monachus) sobrevolando las fresnedas, su lugar de campeo.

Por último, las zonas más montanas, de nieves casi permanentes o al menos presentes, llegan las zonas por encima de 2.100 metros de altitud donde los pocos árboles se quedan ridículos a causa del viento, la temperatura media puede ser de menos de 4º C. Aquí las piñas son el principal objetivo de unos especialistas de hacerse con las semillas de su interior, el piquituerto común. La característica forma de su pico le permite colarse de forma ventajosa en esta competente lucha por los escasos recursos que la montaña y su bosque ofrecen. De los restos que quedan tras el paso de los piquituertos y rebuscando un poco más entre las piñas y sus brácteas se puede sacar provecho, y es lo que hacen carboneros garrapinos y herrerillos capuchinos las dos eternas aves de los bosques de coníferas.

Hembra de piquituerto común (Loxia curvirostra) con su característico pico.
Todavía alimenta a uno de los últimos pollos de la nidada de este año.
Aquí el susodicho juvenil de piquituerto común (Loxia curvirostra)
Carbonero garrapinos (Periparus ater) rebuscando entre las piñas caídas.
Herrerillo capuchino (Lophophanes cristatus) aprovechando las brácteas que caen tras el paso de los piquituertos.

Por último y casi en la cumbre más alta aparece el acentor alpino, sencillo de diferenciar por su base del pico amarilla, sus motas blancas en las coberteras y los flancos del vientre de color tostado.Sin duda es el que más complicado lo tiene. Pero ahí arriba se puede encontrar algo de alimento, por el suelo donde se hace con insectos o semillas o aprovecha las miguitas de los bocatas de los montañeros, un gesto muy entrañable y que nos acerca a este pequeño y misterioso habitante misterioso. 

Acentor alpino (Prunella collaris) en una de las cumbres de la Sierra Madrileña
Silueta del acentor alpino (Prunella collaris) en ocasiones las condiciones son muy duras a más de 2.000 m
Acentor alpino (Prunella collaris) junto a la nieve y la niebla que cubre las cumbres.

Como habréis observado, los recursos escasean y las temperaturas bajan, según ascendemos.Sin embargo la naturaleza despliega sus mejores versiones de adaptación para poco a poco abrirse camino entre los pisos bioclimáticos más elevados.  Realmente hay una lucha silenciosa y no violenta por hacerse con más y más recursos, ya que los pocos que hay, en ocasiones, son además poco nutritivos. Esto es lo que los ingleses llaman "The Wild Life".


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