martes, 19 de abril de 2016

Ontígola, hogar del aguilucho lagunero

Aunque el mar de Ontígola , situado en Aranjuez, pueda parecer pequeño, juega un papel importante en dos momentos concretos del año. Uno de ellos es el paso migratorio de las aves, pues supone un refugio idóneo para muchas aves durante sus viajes en dirección norte o sur. La temporada de cría, que ya ha comenzado, es el segundo momento importante para tan singular humedal. 

Quizás sea poco conocido, pero se trata de una de las primeras presas construidas allá por la época de Felipe II con el objetivo de regar los famosos jardines de Aranjuez. Actualmente el paso del tiempo le ha ido confiriendo un aspecto algo más natural, lo que ha supuesto que varias especies lo consideren un hogar.

Vista general del Mar de Ontígola. La extensión de carrizo ofrece multitud de beneficios para las aves.

Su importancia faunística ha impulsado la construcción de una torre elevada habilitada para la observación de aves. Aunque se ha de tener en cuenta su exposición, porque se puede espantar a determinadas aves mientras se sube a la torre. Conviene subir cuando no haya luz o con el mayor cuidado posible. Desde arriba se obtiene una visión general del humedal y se pueden detectar algunas especies que se mueven entre el denso carrizo, como es el caso del calamón común, que sería más complicado ver a ras del suelo.

Observatorio del Mar de Ontígola en la orilla sur del humedal.

Una de las especies que mayor partido consigue sacarle al humedal es el aguilucho lagunero occidental. Esta especie comienza a migrar desde el centro y norte de Europa y llega a la Península entorno a septiembre - octubre. Aquí pasará el invierno y durante esos meses, al llegar el ocaso, formará dormideros de varios individuos. Por esas fechas se les puede ver revoloteando el humedal en busca de alimento, unos vuelos dignos de ser observados.

Hembra de aguilucho lagunero occidental (Circus aeruginosus) mientras rastrea a baja altura el humedal.
Son depredadores voraces y se alimentan de roedores y pájaros que se mueven por los alrededores.
La hembra es fácilmente diferenciable gracias a esos hombros pintados de color crema.

Entre tanto revoloteo de aquí para allá y de allá para acá, tenemos la oportunidad de fijar nuestra mirada en el resto de habitantes del humedal, como en las pocas parejas de porrón europeo que quedan en Ontígola. También si bajamos la vista del cielo y la centramos en la lámina de agua podemos ver grupitos de oscuras fochas comunes comiendo macrófitos acuáticos (algas y plantas acuáticas). Durante los meses de invierno los efectivos de esta especie se ven aumentados por una llegada de aves del norte, aunque se trata de una especie bastante residente.

Focha común (Fulica atra) en el Mar de Ontígola, al sur de la Comunidad de Madrid.
Su alimentación es marcadamente vegetal y es fácil observarla con plantas y algas en el pico.
A menudo hace un reclamo muy explosivo, fuerte y corto que recuerda a un pii, pii.

Entorno a marzo, abril los laguneros que cruzaron Europa para llegar a la península, pondrán rumbo de vuelta a sus lugares de cría. Sin embargo, la importante población residente en España y concretamente la diminuta que se localiza en el Mar de Ontígola se pone manos a la obra en una nueva tarea, la reproducción. Ahora veremos que espectaculares vuelos despliegan estas increíbles rapaces.

Hembra de aguilucho lagunero occidental (Circus aeruginosus) en los alrededores del humedal.
Durante los meses de marzo-abril la actividad de los laguneros cambia drásticamente.
Se puede observar que ya no dedican tanto tiempo a la caza y que adoptan otros comportamientos.

Mientras los aguiluchos comienzan a alterarse por la defensa de territorios de cría o a alterarse por la presencia de hembras y machos extraños, unas aves más comunes van formando parejas para criar entre el denso carrizo. Os hablo de la gallineta común o del ánade azulón, que ya se han emparejado y buscan ahora un tranquilo, apartado y resguardado rincón dentro de la vegetación palustre en la que depositar la puesta de este año. Con algo de suerte y si todo marcha bien, podremos ver filas de patitos por el humedal en más o menos dos meses.

Macho de ánade azulón (Anas platyrhynchos) alterado por la presencia de varias hembras en el humedal.
Se trata del "pato" más conocido en el que además se diferencian muy bien macho de hembra.
Pronto podremos verla seguida de varios pollos nidífugos (que no se quedan en el nido).

Por estas fechas se puede observar bastante alboroto en el Mar de Ontígola. Varias parejas de aguilucho lagunero occidental están sobrevolando el carrizo, entrando y saliendo de él en busca de una buena plataforma flotante que sirva de nido durante los siguientes tres meses aproximadamente. Más o menos el primero para la incubación de los huevos y el resto para criar a los pollos. Aunque esta parte es muy espectacular todavía queda uno de los fenómenos más bonitos de este proceso.

Hembra de aguilucho lagunero occidental (Circus aeruginosus) saliendo del carrizo tras evaluar el lugar.
Ambos sexos realizan este proceso y se pueden observar cuatro o cinco machos y hembras entrando y saliendo.
Los machos son los más llamativos con sus alas grises de puntas negras.

Estos movimientos de rapaces causan un humedal bastante activo y alterado. Se ve a las rapaces muy activas, gritando y reclamando territorios, mientras que otras aves como el anterior macho de ánade azulón o algún que otro cormorán grande que emerge tras una apnea, se asustan bastante de los aguiluchos y están continuamente alarmándose y salen volando, para aterrizar más tarde en el agua de nuevo. En el caso de las anátidas que levantan el vuelo, forman todo un arcoiris de colores, mostrando, en el caso del ánade, un espejuelo azulado

Macho de ánade azulón (Anas platyrhynchos) en vuelo tras asustarse con los laguneros.
En vuelo, ambos sexos dejan ver un espejuelo azulado en las secundarias (plumas de vuelo más internas).
Los machos además presentan una cabeza verde esmeralda, aunque en ocasiones puede ser también azulada.

Según va llegando la primavera y con ella el mes de abril, podemos ver el momento más espectacular del proceso de cortejo entre aguiluchos laguneros, un vuelo majestuoso entre macho y hembra de que acaban entrelazando las patas mientras uno de los dos vuela boca arriba. Es un momento muy peligroso y requiere un dominio perfecto del vuelo, ya que cualquiera de los dos puede perder el control durante unos segundos y caer al agua o chocarse contra cualquier obstáculo, ya sean tendidos eléctricos u orlas forestales.

Macho y hembra de aguilucho lagunero occidental (Circus aeruginosus) momentos antes del vuelo descrito.
En este caso es la hembra la que va a llegar por debajo, pero también puede ser el macho el que tenga que volar boca abajo.
Este comportamiento no es único de la especie, muchas rapaces realizan estos vuelos acrobáticos como muestra de cariño.

Mientras uno se emboba mirando tan preciosas acrobacias aéreas, aviones comunes y golondrinas comunes pasan a ras del carrizo y del agua atrapando la elevada cantidad de insectos que llegan con el calor a este humedal interior. Su labor insecticida queda demostrada y es de agradecer. Por debajo de esos vuelos inquietos e hiperactivos de estos hirundinios (familia de aviones y golondrinas) se mueven otras dos anátidas muy conocidas, la cerceta y la cuchara común. Sus colores y los dibujos de su plumaje las hacen inconfundibles. 

Macho de cuchara común (Anas clypeata) con un precioso surtido de colores.
Un iris amarillo que destaca frente al verde oscuro de su cabeza y que adorma una cabeza en la que destaca el pico.
Un dorso oscuro en contraste con flancos blancos y pardos rojizos terminan por darle belleza al macho de esta especie.
Macho de cerceta común (Anas crecca) entre el carrizo.
Su plumaje es inconfundible, el dibujo verde y rojizo con bordes amarillos es único.
Desde lejos la mejor forma de diferenciarlo es fijándose en la mancha amarilla pálida del lateral de la cola.

Si volvemos a mirar hacia los aguiluchos, podremos ver que días después de los anteriores vuelos, la cosa está más sosegada, ya han establecido un territorio concreto que la hembra reclama y el macho vigila. Pronto y después de que la cópula tenga lugar, comenzarán un periodo de incubación de aproximadamente 30-40 días en el que la hembra intervendrá la mayoría del tiempo.

Macho de aguilucho lagunero (Circus aeruginosus) vigilando el nuevo territorio.
Su labor en la futura incubación será muy reducido, a penas unos relevos a la hembra.
Hembra de aguilucho lagunero occidental (Circus aeruginosus) sobre un taray seco.
Desde esta atalaya la hembra realiza unos gritos que se oyen desde lejos y avisan a los intrusos.

Algunas de las aves que intentarán evitar estas rapaces serán a los córvidos, como las grajillas occidentales que viven en los cortados cerca del Mar de Ontígola. Estas aves y el resto de miembros de su familia son expertos oportunistas y aprovechan cualquier despiste de los progenitores para robar los huevos o bien atacar a las crías cuando estas son todavía pequeñas.

Pareja de grajilla occidental (Corvus monedula) pasa volando por encima del humedal madrileño.
Estas aves son muy astutas y saben aprovechar cualquier circunstancia para hacerse con comida.

Con esto llegamos al final de este relato sobre los aguiluchos laguneros del Mar de Ontígola. Esperamos ver en dos meses unos preciosos pollos con las plumas ya desarrolladas practicando, aleteando y saltando para aprender e intentar remontar el vuelo entre el carrizo. 

¡¡Hasta entonces futuros padres!!

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